La última trinchera

La última trinchera

Durante el mes de mayo el equipo de Oriente Medio de ACPP ha centrado su atención en actualizar su mirada sobre un contexto, el de la ocupación israelí, siempre cambiante y que representa un desafío para nuestra acción en solidaridad con el pueblo palestino. Las fechas elegidas para abordar reuniones y encuentros con contrapartes, actores políticos y sociales en Palestina e Israel, terminaron por coincidir con dos momentos de gran trascendencia: el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén y, paralelamente, la brutal masacre con la que Israel respondió a las masivas manifestaciones en que una mayoría no violenta de gazatíes reivindicaban el derecho al retorno, pero de manera más acuciante, el fin del bloqueo israelí de la Franja, que ha llevado a dos millones de personas al borde de la catástrofe humanitaria.

Dos eventos aparentemente independientes pero sólo posibles desde la impunidad con la que el gobierno ultraderechista de Netanyahu, de la mano de la administración Trump, opera dentro y fuera de sus fronteras. Dos eventos que encuentran a la sociedad palestina fracturada y sin capacidad de respuesta, agotada tras más de 50 años de ocupación y muy lejos de aquel movimiento popular solidario y políticamente consciente que una vez fue. Si en Gaza se ha fraguado un movimiento independiente en su origen pero que Hamas se ha esforzado por controlar, es fundamentalmente un movimiento surgido de la desesperación. Argumentar que quienes se adentran en la zona de tiro israelí lo hacen obligados por Hamas es negar no solo su derecho a la libertad de movimiento y a una vida digna, sino también el derecho a una profunda frustración y desesperación, y su derecho a expresarlo.

Sin duda, la violencia de la ocupación tiene la capacidad de doblegar voluntades, pero es que también la vida moderna de la sociedad de consumo, que no entiende de líneas de armisticio ni fronteras, ha enraizado en Palestina, de la mano de una precaria clase media y unas élites políticas y económicas que en Cisjordania juegan al sálvese quien pueda. El neoliberalismo combinado con el autoritarismo político y la corrupción han terminado por consolidar lo que puede describirse como el «capitalismo de amigos» de la ANP. Desde los primeros días de la ANP, el amiguismo se expresaba en relaciones especiales entre poderosos empresarios y la élite política y de seguridad de la AP, excluyendo a la mayoría de los palestinos de acceso a oportunidades económicas significativas.

Desde el nombramiento del ex primer ministro Salam Fayyad y los programas gubernamentales que introdujo desde 2008, la influencia de los capitalistas sobre el sistema político aumentó. Los hombres de negocios y los tecnócratas procapitalistas a menudo ocupaban posiciones ministeriales clave en los gobiernos de Fayyad.

Un aspecto crucial del control social es la facilitación de los préstamos privados, que fomentó una cultura de consumo y empujó a muchas personas a la trampa de la deuda. Según el Fondo Monetario de Palestina, los préstamos individuales se dispararon a alrededor de mil millones de dólares en 2013 desde aproximadamente 494 millones en 2009. Se estima que el 75% de los empleados del sector público (94.000 de 153.000) están en deuda. La deuda personal se usa principalmente para financiar el consumo (incluidas las hipotecas, los automóviles, los costos de matrimonio y los productos electrónicos) y rara vez se invierte en actividades productivas. Este estado de endeudamiento personal promueve un sentido de individualismo, empujando sistémicamente a la gente a abandonar asuntos nacionales cruciales. Fomenta la apatía política y socava el pensamiento crítico y la acción contra la naturaleza opresiva del sistema.

En medio de esta dinámica, los partidos de izquierda palestinos que históricamente constituyeron fuerzas militantes para avanzar en las agendas sociales progresistas y en la organización de innumerables formas de lucha social como parte de la lucha de liberación nacional han disminuido de manera crítica, reducidos a gerontocracias apenas capaces de ocupar los asientos indispensables en sus comités centrales.

De manera muy significativa y esperanzadora, en febrero de 2016, los maestros y maestras llevaron a cabo protestas y huelgas sin precedentes, exigiendo dignidad y una mejora de sus condiciones socioeconómicas, sin el respaldo de la confederación sindical oficialista y enfrentándose a una serie de técnicas represivas de la Autoridad Palestina que incluyeron arrestos arbitrarios, amenazas públicas, prohibición de protestas, difamación y cooptación, entre otros. Estos eventos sugieren que los maestros desbordaron las estructuras de partidos y sindicatos y que las redes y la movilización espontánea a través de las redes sociales y otras plataformas pudieron superar por momentos el estado de fragmentación de la sociedad y producir éxitos relativos. Si bien sus resultados terminaron por diluirse, la capacidad movilizadora de este colectivo apunta a la posibilidad de emergencia, también en Cisjordania, de nuevos movimientos sociales libres del marcaje de las estructuras verticales y anquilosadas que bloquean la posibilidad de cambio.

Sin embargo, en un entorno tan apremiante en donde las injusticias sociales y las desigualdades económicas se institucionalizan, la lucha social necesita apoyarse en formas organizadas. La izquierda palestina necesita embarcarse en una profunda reorientación ideológica y reinventarse como una fuerza emancipadora y resiliente que contribuya a la liberación política y la autodeterminación. Del mismo modo, las organizaciones no gubernamentales que surgieron del entorno de los partidos de izquierda, muchas de ellas contrapartes actuales o pasadas de ACPP, hoy se perciben debilitadas por la deriva autoritaria de la AP; empujadas al papel de subcontratas por las agencias multilaterales o las grandes ONG trasnacionales, y cooptadas por sectores muy minoritarios de la extrema izquierda ante la ausencia de una estrategia renovada en el seno de la izquierda sociopolítica capaz de insuflar fuerza a la agenda del cambio social y de conectar con la gente joven que busca alternativas a las que ofrece el bipartidismo de Fatah y Hamas. En Palestina, la liberación nacional tiene que venir acompañada de una revolución interna de hijos frente a sus padres, mujeres frente a hombres, clases empobrecidas frente a élites enriquecidas, refugiados frente a las clases propietarias, o no será.

En ausencia de lo anterior, hay batallas imprescindibles para garantizar la soberanía de un futuro estado palestino contiguo y viable que los palestinos tienen dificultades para librar. Como la de asegurar la permanencia de la población palestina en Zona C (Más del 60% del territorio de Cisjordania, el territorio que Israel ambiciona anexionarse de manera definitiva) ante las estrategias israelíes que buscan su desplazamiento forzoso a otras zonas a las que ha renunciado. A falta de movilización palestina, y ante la inacción política de la comunidad internacional, la batalla la presta un grupo de ONGs internacionales, un puñado de valientes organizaciones palestinas (como nuestras contrapartes PARC y PHG) e israelíes (muy destacadamente nuestras contrapartes Bimkom y Yesh Din), que libran lo que la ultraderecha israelí califica como una “intifada legal”. Es decir, a falta de acción política decidida de la comunidad internacional, la batalla final se libra sobre el terreno y en el sistema judicial israelí, que se ha convertido en la última trinchera de la lucha contra la ocupación.

Porque lo que parece estar tomando forma aquí es una estrategia de final de juego: Trump, en connivencia con Netanyahu, está redoblando los esfuerzos en Ammán, Cairo y Jeddah para impulsar una iniciativa regional que genere una mayor presión árabe sobre Abbas para que acepte «el mejor acuerdo posible», que probablemente incluya algún arreglo para que Israel mantenga su presencia militar en el Valle del Jordán, anexe los principales bloques de asentamientos, y deje el resto para que los palestinos le llamen “estado”. Así, todo apunta a que en los planes de Trump, Gaza, que no interesa a Egipto ni Israel, quedará como un territorio independiente gobernado por Hamas bajo alguna forma de tutela de Fatah, que asegure la moderación de su comportamiento; en Cisjordania, Israel anexionará los tres grandes bloques de asentamientos en Jerusalén Este y lo que Netanyahu considera como tres bloques adicionales en torno a Ariel, Modi’in, y el Valle del Jordán (como denuncia nuestra contraparte Peace Now, a través del Observatorio de los asentamientos, que contribuimos a financiar).

Para hacer que el mapa se vea mejor desde el punto de vista cosmético, Israel cederá partes del Área C situadas entre algunos de los enclaves palestinos en las áreas conocidas como A y B para que aparezcan como un poco más viables; y ya se están tomando medidas para separar a 140.000 palestinos que viven en Jerusalén pero más allá del muro del municipio de Jerusalén, imponiendo así a la mayoría judía en la ciudad al deseado 70% mientras prepara el escenario para un «compromiso» histórico: o bien “forzar” a Israel a entregar «Jerusalén Este» (redefinida ahora como las áreas más allá del Muro) a la Autoridad Palestina, o «permitir» a los palestinos desarrollar Al-Quds como un municipio separado bajo control Israelí (como denuncia nuestra contraparte israelí Ir Amim).

Esto dejaría las Áreas A y B, el 40 por ciento (más o menos) de Cisjordania, bajo el control de la Autoridad Palestina. Y ahí acaba la partida. Game Over.

O no. En este páramo desolador, y de manera muy paradójica, la sociedad israelí es hoy por hoy el elemento de mayor esperanza. Medio siglo después de que comenzara la ocupación israelí, la lucha por resucitar el carácter democrático de Israel y por un futuro justo y sostenible para israelíes y palestinos no ha cesado. ACPP lleva desde 2004 respaldando a una multiplicidad de organizaciones pacifistas y de derechos humanos que han actuado como verdadera “resistencia”, última trinchera de la dignidad. Son organizaciones que han sido abandonadas a su suerte no sólo por la solidaridad internacional, sino también por los partidos de la izquierda tradicional en Israel, preocupados por los malos resultados electorales que les acarreaba mantener en la agenda pública la ocupación militar y las violaciones de derechos humanos llevadas a cabo por el ejército y por los colonos más ideológicos.

Pero, en la medida en que la sociedad israelí se ha escorado más a la derecha, la capacidad de las organizaciones existentes, ya sean los partidos tradicionales de la izquierda o las diversas ONG de DHH, para movilizar y activar a las personas progresistas en Israel, se ha vuelto cada vez más limitada. Cuando parecía que el proceso de destrucción de cualquier discurso anti hegemónico era imparable, el péndulo de la historia podría haber empezado a oscilar en el sentido opuesto. Para combatir la apatía y la desmoralización, un grupo de activistas estableció en 2015 «Standing Together» como un movimiento político llamado a ocupar el vasto espacio vacío entre los partidos políticos por un lado y las ONG por otro lado, viniendo a demostrar que la sociedad israelí que no puede vivir de espaldas al conflicto permanentemente. «Standing Together», con quienes nos hemos encontrado estos días en Jerusalén, es una nueva iniciativa de base, que intenta construir un amplio movimiento de izquierda judío-árabe, basado en los principios de paz, igualdad y justicia social. Los activistas resaltan las interrelaciones entre la ocupación, las crecientes disparidades sociales y económicas dentro de Israel y los ataques del gobierno contra las libertades democráticas y contra la minoría árabe-palestina.

Junto con el grupo feminista Mizrahi, «Poder a la comunidad», el movimiento ayudó a llevar a 20,000 personas a una manifestación masiva en el sur de Tel Aviv a finales de febrero. Dos semanas antes, convocó a varios miles de israelíes por la calle Ben Yehuda de Jerusalén, desplazando a los hooligans de extrema derecha que se han convertido en una característica definitoria de la ciudad en los últimos años.

Standing Together ha jugado un importante papel de apoyo en la campaña pública para detener la deportación de solicitantes de asilo africanos. Así, durante los últimos dos años, se han vuelto omnipresentes en las protestas en todo el país: contra los desalojos en Jerusalén Este, las demoliciones de viviendas en el Negev, el racismo antiárabe en el norte y contra el plan de Israel de deportar a decenas de miles de refugiados eritreos y sudaneses.

Los activistas de Standing Together citan una amplia gama de modelos de los que dicen que están aprendiendo: Podemos en España (su color morado y organización en círculos lo acreditan); Momentum, el grupo de presión dentro del Partido Laborista británico; Syriza, el partido izquierdista griego anti-austeridad que subió al poder en 2015; los socialistas demócratas de América; incluso el movimiento de colonos de derecha Gush Emumin (en hebreo, el Bloque de creyentes).

Esta afinidad tiene sentido. En todo el mundo, el apoyo a los viejos partidos socialdemócratas se ha derrumbado; Israel no es una excepción. Partidos como Podemos amenazan con reemplazar a la vieja y desacreditada social-democracia adoptando un enfoque «agonístico», en el sentido de que nombran a sus enemigos políticos. Son mayoritarios porque ubican a «la gente», la mayoría, en oposición a una clase pequeña de élite, privilegiada y explotadora. Llevar este tipo de política a Israel, al menos en el nivel de los mensajes, requiere solo un trabajo de traducción menor.

Los activistas de Standing Together tienen sus ojos puestos en el cambio transformador. Su objetivo: un movimiento masivo de árabes y judíos que se oponga tanto al neoliberalismo como a la ocupación, que lucha por los derechos LGBT y de las mujeres, así como por la igualdad plena para los ciudadanos palestinos de Israel. En las profundidades del tercer gobierno de Netanyahu, llamar a esto ambicioso suena a eufemismo.

Y, sin embargo, además de la teoría política europea y los modelos de organización estadounidenses, el movimiento ha insistido en llevar a la izquierda israelí y a la política de la región algo que le ha faltado durante mucho tiempo: la esperanza.



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