11 mayo 2020 ACPP y la Educación Pública. La otra pandemia
«Quiero levantar el alma del pueblo entero»
Francisco Giner de los Ríos
La escuela, entendida
como institución, siempre ha cumplido una función social. Es uno de los
principales agentes de socialización de las personas y el espacio fundamental y
natural de enseñanza-aprendizaje que poseen las niñas y los niños, además de
las familias. Pero para hablar de la función social de la escuela es inevitable
empezar por el principio, y esto es recordando que la educación es un derecho.
Es un derecho humano universal y fundamental, que recoge los principios de indivisibilidad e
interdependencia de todos los derechos humanos ya que la educación cubre
aspectos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales. O al menos
debería.
Como decíamos, la escuela
supone ese espacio de socialización que favorece el pleno desarrollo de las
niñas y los niños. Pero, además, favorece este pleno desarrollo en condiciones
de igualdad. En la escuela, el alumnado debería tener las mismas oportunidades
sea cual sea su procedencia o el nivel socioeconómico de sus familias. Y
decimos debería porque esto no siempre es así, la segregación escolar por
causas socioeconómicas ha sido uno de
los principales problemas del sistema educativo español en los últimos 10 años.
Numerosos informes elaborados por el Observatorio Social de La Caixa, y basados
en los resultados de los informes PISA de los últimos 4 años, inciden en que las «disfunciones» más importantes
del sistema educativo español son los altos niveles de abandono escolar, el
elevado peso del origen socioeconómico en los resultados académicos y el alto
nivel de segregación por origen social. En un país como España, el segundo
de la Unión Europea con mayores tasas de
pobreza infantil (las últimas cifras de 2020 arrojan 2,1 millones de menores en
riesgo) nos enfrentamos a un problema con mayor magnitud aun si cabe.
Esta segregación, que
responde a cuestiones de voluntad política en la mayoría de los casos, deja
especialmente expuesta y desprotegida a la escuela pública frente a la
concertada o la privada ya que en nuestro país, según los citados informes
PISA, los centros privados independientes
y privados concertados tienden a escolarizar a alumnado con un nivel
socioeconómico más alto que el de alumnado escolarizado en centros de
titularidad pública.
El mundo se enfrenta a
una de las mayores emergencias sanitarias de los últimos tiempos. Una pandemia
que, además del trágico coste humano, ha suspendido la vida económica y social
tal y como la conocíamos. En este contexto de parálisis, las escuelas han sido
cerradas, lo que supone un acontecimiento dramático no solo por las
repercusiones que esto puede tener en los procesos de enseñanza-aprendizaje de
millones de niñas y niños, sino por el tremendo coste social que ello supone.
La escuela, especialmente nuestra escuela pública, es el
mayor igualador social que existe. Bajo su techo, el alumnado está amparado por el principio de
igualdad de oportunidades y puede ejercer su derecho a una educación universal
y de calidad sin que importe su procedencia social, cultural o económica. Uno
de los mayores logros de la escuela pública en los últimos 30 años ha sido
tomar conciencia de su papel regulador de las desigualdades y apostar por
modelos y medidas de compensación educativa. Por desgracia continúa siendo algo sumamente frágil, tanto que al
desaparecer la escuela como un elemento presencial, desaparece casi por
completo su capacidad de regulación social. Esta situación ha abierto
diferentes debates con el objetivo de buscar soluciones pero, posiblemente, han
sido debates cortoplacistas y superficiales que pueden tener como resultado soluciones a corto plazo y de
limitada profundidad. Si bien es cierto que cuestiones como la brecha digital
existente o las competencias digitales de las comunidades educativas son
aspectos que deben abordarse necesariamente, si no tenemos en consideración la
composición desigual de nuestras escuelas, las políticas conservadoras que han
favorecido la segregación escolar y el aumento de las cifras de pobreza
infantil y familias vulnerables, no vamos a poder enfrentar esta pandemia
garantizando unos valores mínimos de igualdad y justicia social. El estado debe
ser capaz de dar respuesta a las necesidades del alumnado y de las familias en
su totalidad. Es el momento de reforzar planes de apoyo y compensación
educativa integrales que garanticen que cualquier joven, en cualquier hogar y
en cualquier situación social pueda tener las mismas oportunidades de
aprendizaje y de desarrollo personal.
Desde ACPP siempre hemos sido conscientes de nuestra
responsabilidad en la defensa del derecho a la educación, entendiendo que la
escuela pública es el corazón, el motor y el alma que hará posible conseguir
procesos de verdadera transformación social. Hoy más que nunca corresponde a la
ciudadanía y a la sociedad civil organizada exigir un sistema educativo que no
abandone a millones de niños y niñas. Porque si no lo conseguimos, la otra
pandemia nos habrá ganado.